En aquel café yo te vi leer y no pude evitar, fijarme en el.
La mañana estaba gris en París pero tu eras ese sol, que no quería salir.
Desde la otra mesa te observan, se puede decir que te admiraba pues tu cabello negro brillaba, tus manos el libro sujetaban y tu boca esbozaba una tímida sonrisa, que era divina.
Una mañana nublada de otoño en París le vi, tomando café, mientras leía.
De repente levanta la vista del libro, con un chasquido de dedos pide la cuenta y sale del café, me voy detrás del, se sienta en un banco frente al Sena y sigue leyendo, no alcanzo a ver que lee pero la verdad tampoco me importa mucho teniendo en cuenta lo guapo, apuesto y bello que se ve.
Con qué pretexto me puedo acercar, seré capaz de decirle algo a semejante morenazo, le pregunto la hora y rompo el hielo. Allá voy hola buenos días me podría decir que hora, el levanta la cabeza tiene unos ojos grandes y verdes ¡ son preciosos ! Si son las diez y cuarto, muchas gracias de nada y comienzo alejarme de el, mientras pienso ojalá lo vuelva a ver y tenga la oportunidad de conocerlo en profundidad.
Ese día no puedo dejar de pensar en el, era tan guapo, parecía un caballero de la elegancia que su porte y vestimenta desprendía.